A TODAS ESAS MADRES ABANDONADAS

A TODAS ESAS MADRES ABANDONADAS

Ya ha llegado septiembre y todas las ciudades se han llenado de esas madres abandonadas por sus hijos estudiantes. Ay, qué dolor de corazón cuando los ves coger la maleta. Y si quieren animarte y te dicen: «¡Venga mamá, que el viernes vuelvo!«, casi que es peor. Te pones a llorar a mares.

Es una serie de etapas. Primero estas orgullosa y contenta porque tu niño ya ha terminado el instituto y va a empezar otro periodo. Ahora la organización, que si la preinscripción, que si un piso, que si los compañeros, que si.. Después llega el miedo. ¿Se adaptará bien? ¿Se llevará bien con los nuevos compañeros? ¿Comerá? ¿Sabrá poner la lavadora? ¿Se acordará de lavarse los dientes? Un horror detrás de otro. Y así hasta que cierras la puerta de casa y él ya no está. ¡Ay, qué dolor de estómago!

Y llega la soledad. Porque aunque en casa quede más gente (da igual cuántos hijos tengas), la mamá se siente sola. Abandonada. Y por cada uno de ellos. Los primeros días son malísimos. Para todos. Padres e hijos. Al fin y al cabo es una situación nueva. Los hijos piensan (al atardecer, esa hora tan deprimente del día): ¿y a mí quién me mandaría moverme de mi casa, con lo bien que yo estoy con mi mami?

Etapa teléfono. Esa maravilla que es WhatsApp. Tienes que hacer un esfuerzo para no mandar un mensaje cada cinco minutos. Todo está bien. Has dormido. Las clases qué tal. Cuándo vienes. ¡Menos mal que existe Internet!

Poco a poco te mentalizas. Uno se acostumbra a todo, dicen. Y es verdad. ¡Qué remedio queda! Es mejor para él. No va estar siempre aquí en casa. Tiene que espabilarse. Y buscarse un futuro. (¡Cuántas cosas necesitas decirte para autoconvencerte!).

Unos meses después empiezas a darte cuenta de que tienes un poco más de tiempo para ti. De que ya no pones dos lavadoras al día, de que la casa está limpia más tiempo, de que puedes cocinar lo que a ti te gusta. Pues no está mal. La verdad. Y hasta le vas cogiendo gustito. Sales a tomar una cerveza con tu marido. Sin prisas. Algún día salís a probar ese menú del que os han hablado. Te apuntas a un gimnasio y notas que te sienta de maravilla. Tienes tiempo para hacer un blog. Todo eso ayuda. Y los domingos vuelve el niño. Bien. Su comida favorita y algunos mimos.

La adaptación. Así es la vida.

Llega el verano y cuesta “volver” a los montones de ropa sucia, a cenar a quién sabe qué hora, a esperar su vuelta de madrugada. Pero estás feliz de ver sus zapatillas a la puerta de casa. De preparar el flan porque a él le gusta. De escuchar sus chistes. De que te cuente la última película de zombis.

En fin. Eres feliz.

Y cuando otra vez es septiembre, tú vuelves a ser una madre abandonada.

No hay solución, madres de todo el mundo. Solo seguir.

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