BARBA AZUL. Charles Perrault

BARBA AZUL es uno de mis cuentos favoritos. Agradezco a Perrault el haber mantenido las historias sin grandes retoques, el no haberles quitado el horror, la maldad, la sangre o la violencia. Me encanta la descripción de la habitación prohibida, esa llave maldita que delata la desobediente y esa frase angustiada que se repite (¡cómo no!) tres veces. Casi roza el terror. Si es o no para niños… es otra cuestión. A mí me lo contaron de pequeña, me encantaba y sigue fascinándome hoy.

Sobre el autor

CHARLES PERRAULT (1628-1703) fue un parisino de familia acomodada, recibió una esmerada educación y trabajó siempre como un alto funcionario para el gobierno francés. Escribió discursos, loas, poemas, siempre para alabar a los que estaban en el poder y disfrutar de todas las ventajas que de esto se derivaba.

Pero estos escritos no son los que le han permitido pasar a la historia de la literatura; será a los 55 años cuando publique “CUENTOS Y RELATOS DE ANTAÑO” o “CUENTOS DE MAMÁ GANSO”, como era conocido por la mayoría (publicados en 1697); aquí se encuentran los cuentos más famosos de este escritor, como «Piel de asno», «CAPERUCITA ROJA» o «La Cenicienta».

Como los Hermanos Grimm o Hans Christian Andersen más tarde, lo que hace es recoger estas historias de la tradición oral o de leyendas exóticas y hacer su versión; añadió en cada uno una moraleja para que sirvieran de ejemplo a los lectores.

Sus relatos conservan todavía una frescura que ha hecho que sigan siendo leídos después de varios siglos.

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BARBA AZUL

Érase una vez un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas; pero, por desgracia, tenía la barba azul, tan fea y terrible, que no había mujer ni joven que no huyera de él.

Una distinguida dama, vecina suya, tenía dos hijas sumamente hermosas. Él le pidió una en matrimonio, que le diera la que quisiera. Ninguna de las dos quería, pues no se sentían capaces de tomar por esposo a un hombre que tuviera la barba azul. Lo que tampoco les gustaba era que se había casado ya con varias mujeres y no se sabía qué había sido de ellas.

Barba Azul, para irse conociendo, las llevó con su madre, con tres o cuatro de sus mejores amigas y con algunos jóvenes a una de sus casas de campo, donde se quedaron ocho días enteros. Todo fueron paseos, partidas de caza y de pesca, bailes y festines, meriendas. En fin, todo resultó tan bien, que a la menor de las hermanas empezó a parecerle que el dueño de la casa ya no tenía la barba tan azul y que era un hombre muy honesto.

En cuanto regresaron a la ciudad se consumó el matrimonio.

Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su mujer que tenía que hacer un viaje a provincias, por lo menos de seis semanas, por un asunto importante; que le rogaba que se divirtiera mucho, que invitara a sus amigas, que las llevara al campo si quería y que no dejase de comer bien.

-Estas son -le dijo- las llaves de los dos grandes guardamuebles; éstas, las de la vajilla de oro y plata; éstas, las de mis cajas fuertes, donde están el oro y la plata; ésta, la de los estuches donde están las pedrerías, y ésta, la llave maestra de todas las habitaciones de la casa. En cuanto a esta llavecita, es la del gabinete del fondo de la gran galería del piso de abajo: abrid todo, andad por donde queráis, pero os prohíbo entrar en ese pequeño gabinete, y os lo prohíbo de tal suerte que, si llegáis a abrirlo, no habrá nada que no podáis esperar de mi cólera.

Ella prometió observar estrictamente cuanto se le acababa de ordenar, y él, después de besarla, subió a su carroza y salió de viaje.

Las vecinas y las amigas no esperaron que fuesen a buscarlas para ir a casa de la recién casada, de lo impacientes que estaban por ver todas las riquezas de su casa, pues no se habían atrevido a ir cuando estaba el marido, porque su barba azul les daba miedo.

Y ahí las tenemos recorriendo los gabinetes, los guardarropas, todos a cual más bellos y ricos. Los guardamuebles, donde no dejaban de admirar la cantidad y la belleza de las tapicerías, de las camas, de los sofás, de los veladores, de las mesas y de los espejos, cuyos marcos, unos de cristal, otros de plata y otros de plata recamada en oro, eran los más hermosos y magníficos que se pudo ver jamás. No paraban de envidiar la suerte de su amiga, que sin embargo no se divertía con todas aquellas riquezas, debido a la impaciencia que sentía por abrir el gabinete de abajo.

Se vio tan dominada por la curiosidad, que, sin considerar que era una descortesía dejarlas solas, bajó por una pequeña escalera secreta, y con tal precipitación, que creyó romperse la cabeza dos o tres veces.

Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo un rato, pensando en la prohibición que su marido le había hecho, y considerando que podría sucederle alguna desgracia por ser desobediente; pero la tentación era tan fuerte, que no pudo resistirla: cogió la llavecita y, temblando, abrió la puerta del gabinete.

Al principio no vio nada, porque las ventanas estaban cerradas; después de algunos momentos empezó a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada, y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas que estaban atadas a las paredes. Creyó que se moría de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de sacar de la cerradura, se le cayó de las manos. 

Después de haberse recobrado un poco, recogió la llave, volvió a cerrar la puerta y subió a su habitación para reponerse un poco. Habiendo notado que la llave estaba manchada de sangre, la limpió dos o tres veces, pero la sangre no se iba, pues la llave estaba encantada y no había manera de limpiarla del todo: cuando se quitaba la sangre de un sitio, aparecía en otro.

Barba Azul volvió aquella misma noche de su viaje y dijo que había recibido cartas en el camino que le anunciaban que el asunto por el cual se había ido acababa de solucionarse a su favor. Su mujer hizo todo lo que pudo por demostrarle que estaba encantada de su pronto regreso.

Al día siguiente, él le pidió las llaves, y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa, que él adivinó sin esfuerzo lo que había pasado.

-¿Cómo es que -le dijo- la llave del gabinete no está con las demás?

-Se me habrá quedado arriba en la mesa -contestó.

-No dejéis de dármela en seguida -dijo Barba Azul.

Después de aplazarlo varias veces, no tuvo más remedio que traer la llave.

Barba Azul dijo a su mujer:

-¿Por qué tiene sangre esta llave?

-No lo sé -respondió la pobre mujer, más pálida que la muerte.

-No lo sabéis -prosiguió Barba Azul-; pues yo sí lo sé: habéis querido entrar en el gabinete. Pues bien, señora, entraréis en él e iréis a ocupar vuestro sitio al lado de las damas que habéis visto.

Ella se arrojó a los pies de su marido, llorando y pidiéndole perdón con todas las muestras de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Hermosa y afligida como estaba, hubiera enternecido a una roca; pero Barba Azul tenía el corazón más duro que una roca.

-Señora, debéis morir -le dijo-, y ahora mismo.

-Ya que he de morir -le respondió, mirándole con los ojos bañados en lágrimas-, dadme un poco de tiempo para encomendarme a Dios.

-Os doy medio cuarto de hora -prosiguió Barba Azul-, pero ni un momento más.

 Cuando se quedó sola, llamó a su hermana y le dijo:

-Ana, hermana mía, por favor, sube a lo más alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me prometieron que vendrían a verme hoy, y, si los ves, hazles señas para que se den prisa.

Su hermana Ana subió a lo alto de la torre y la pobre afligida le gritaba de cuando en cuando:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana le respondía:

-No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

Entre tanto Barba Azul, que llevaba un gran cuchillo en la mano, gritaba con todas sus fuerzas a su mujer:

-¡Baja en seguida o subiré yo a por ti!

-Un momento, por favor -le respondía su mujer; y en seguida gritaba bajito:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana respondía:

-No veo más que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

-¡Vamos, baja enseguida -gritaba Barba Azul- o subo yo a por ti!

-Ya voy -respondía su mujer y luego preguntaba a su hermana:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

-Veo -respondió su hermana- una gran polvareda que viene de aquel lado.

-¿Son mis hermanos?

-¡Ay, no, hermana! Es un rebaño de ovejas.

-¿Quieres bajar de una vez? -gritaba Barba Azul.

-Un momento -respondía su mujer; y luego volvía a preguntar:

-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?

-Veo -respondió- dos caballeros que se dirigen hacia aquí, pero todavía están muy lejos.

-¡Alabado sea Dios! -exclamó un momento después-. Son mis hermanos.

Barba Azul se puso a gritar tan fuerte, que toda la casa tembló.

La pobre mujer bajó y fue a arrojarse a sus pies, toda llorosa y desmelenada.

-Es inútil -dijo Barba Azul-, tienes que morir.

Luego, cogiéndola con una mano por los cabellos y levantando el gran cuchillo con la otra, se dispuso a cortarle la cabeza.

La pobre mujer, volviéndose hacia él y mirándolo con ojos desfallecientes, le rogó que le concediera un minuto para recogerse.

– No, no -dijo-, encomiéndate a Dios.

Y, levantando el brazo…

En aquel momento llamaron tan fuerte a la puerta, que Barba Azul se detuvo bruscamente; tan pronto como la puerta se abrió vieron entrar a dos caballeros que, espada en mano, se lanzaron directos hacia Barba Azul. Él reconoció a los hermanos de su mujer, el uno dragón y el otro mosquetero, así que huyó en seguida; pero los dos hermanos lo persiguieron, lo atraparon, lo atravesaron con su espada y lo dejaron muerto.

Sucedió que Barba Azul no tenía herederos, y así su mujer se convirtió en la dueña de todos sus bienes. Empleó una parte en casar a su hermana Ana con un joven que la amaba desde hacía mucho tiempo; empleó la otra parte en comprar cargos de capitán para sus dos hermanos y el resto en casarse ella también con un hombre muy honesto, que le hizo olvidar los malos ratos que había pasado con Barba Azul.

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1 comentario en “BARBA AZUL. Charles Perrault”

  1. Gran texto Victoria. Gracias por compartir con nosotros todos estos textos. Lo recomendaré. Un abrazo.

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