OLLAS Y CUCHILLOS
Diez y media de la mañana. Estoy trabajando con el ordenador y suena el teléfono.
-Pienso. ¿Qué compañía de teléfono será?
-Contesto. ¿Sí?
-Escucho. Hola. Buenos días. La llamo desde “Services XXX”. ¿Sería usted tan amable de contestar a una pequeña encuesta? Son solo cinco minutos.
-Pienso. Huy. Cuánta amabilidad. Ya me quieren vender algo.
-Digo. Venga. Vale (me he levantado de buen humor hoy; hace un día precioso).
-Pienso. La pobre chica tiene que ganarse la vida.
Ahora viene el siguiente diálogo.
-¿Me dice su nombre? Es simplemente para dirigirme a usted con más comodidad.
-Victoria.
-Bien. Otra vez buenos días Victoria y gracias por dedicarme un poco de su tiempo.
(Pienso. ¿Y yo por qué seré tan amable? Es un fallo gordo de mi educación).
-¿Cuántas personas viven con usted?
-Somos cuatro.
-¿Cuántos menores de cuarenta años?
-Dos.
-¿Es usted ama de casa?
-Pues sí. Un poco sí.
-¿Suele cocinar y comer en casa?
-Normalmente sí. Excepto en ocasiones.
-¿Cuántas comidas hace fuera de casa a la semana?
-Depende. Dos o tres.
-Muchísimas gracias, Victoria. No quiero robarle más tiempo. Y como ha sido usted tan amable vamos a regalarle un juego de cuchillos de cocina para que disfrute plenamente de su tiempo en la cocina.
(Pienso. Huy, un juego de cuchillos. ¡Qué ilusión! Antes eran ollas, después sartenes y ahora son cuchillos. Hasta se van renovando)
-¿Regalarme? ¿Seguro que regalarme?
-Claro que sí. Solo tienen que pagar los gastos de envío…
(Lo sabía. Lo sabía. Antes de que acabe, ataco)
-Gracias a ti por ser tan generosa y creo que no estaría bien por mi parte hacerte perder más tiempo. No necesito cuchillos.
Cuelgo y pienso que he sido tan educada como ella. O más. ¿Qué me regalarán la próxima vez? Hasta tengo un poco de curiosidad y todo.