EL OSITO GOLOSO. Saga Blanco

EL OSITO GOLOSO. Cuento infantil de Saga Blanco

Saga formó parte de un mini taller de escritura. Otro de los participantes (a partir de estas tres palabras: «tres ositos, un tarro de miel, un goloso») contó el principio de esta pequeña historia que recordaba de su niñez, pero no sabía su final. Saga se ofreció a completar el relato y este es el resultado.

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EL OSITO GOLOSO

Érase una vez un bosque enorme donde había una gran cantidad de árboles, el suelo tapizado de hierba muy fresca y verde y abundaban las flores que adornaban las sendas que conducían a una casita muy blanca, con tres ventanales ovalados, un tejado rojo púrpura y, al lado de la chimenea, una veleta. En esa casita vivían tres ositos con su madre, quien los alimentaba con lo mejor que encontraba en el mercado.

Un día que hacía mucho viento, Mamá Osa tuvo que salir a comprar y hacer algunos recados; así que dejó solos en casa a los tres ositos, diciéndoles que se portaran bien y que ella no tardaría en regresar. La alegría de los tres hermanos fue mayúscula; se pusieron a jugar y a cantar con gran alborozo hasta que estuvieron tan cansados que se quedaron dormidos en el sofá. Menos uno de ellos, el mayor y el más goloso, que se fue a la cocina, cerró muy bien la puerta para que sus hermanos no se despertaran y se subió a una pequeña escalera de madera desde la que alcanzó sin problemas del estante el tarro de miel que su madre guardaba para el desayuno. Las tripas le sonaban, la lengua se la afilaba y las manos le temblaban pensando, fuera de sí, en el festín que se iba a dar. Lamió el tarro de miel por dentro y por fuera hasta tal punto que se tragó el tapón de corcho que cubría el recipiente.

¡Vaya merendola la suya! Se reía con enormes carcajadas al pensar que los tontos de sus hermanos se habían perdido ese gran ágape. Pero de pronto dejó de reír. Pensó que su madre le reñiría cuando llegara. No sabía qué hacer. Algo tenía que ocurrírsele para evitar lo peor. ¡Ya está! Embadurnaría a sus hermanos con la poquísima miel que había quedado adherida al cristal del bote y así su madre pensaría que habían sido ellos. Dicho y hecho. Se untó las manos y las restregó por el cuerpo de los dos ositos inocentes ensuciando sus blancos cuerpecitos. Y esperó.

Al cabo de un rato llegó la madre y vio a los dos pequeños sucios de miel. Se fue a la cocina y… ¡justo!… la miel había desaparecido. Les riñó muchísimo y los mandó a la cama sin cenar. Los dos ositos no comprendían nada. El mayor, el tragaldabas, cenó con mamá oso y se fue a dormir también. Poco después se sintió muy mal, tenía fiebre y su mamá tuvo que llevarlo al hospital. Allí le hicieron una radiografía y los médicos no creían lo que veían el su barriga… ¡un tapón! Allí estaba en primer plano el tapón de corcho del tarrito de miel. El oso lloraba y lloraba porque tenían que operarlo.

Mamá osa descubrió así quien era el verdadero culpable, el goloso que, además de comerse la miel, había cometido el deshonor de culpar a sus inocentes hermanos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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