LA CASA DE ASTERIÓN. Jorge Luis Borges. Texto comentado

LA CASA DE ASTERIÓN nos muestra con claridad la importancia del laberinto en toda la literatura y, más concretamente, en la obra de Jorge Luis Borges.

HORROR Y TERNURA

«La casa de Asterión» es uno de sus cuentos más bellos y más trágicos. Borges toma elementos de la mitología clásica y los convierte en un relato de horror que nos presenta a Asterión, un personaje dramático atormentado y prisionero en su propia casa debido al rechazo de los demás.

¿Miedo y ternura a la vez? Sí, eso nos hace sentir la triste historia de Asterión.

LA CASA DE ASTERIÓN. Jorge Luis Borges

SOBRE EL AUTOR. JORGE LUIS BORGES

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) es uno de los escritores argentinos con mayor renombre dentro y fuera de su país. Se le considera uno de los mayores representantes de la literatura del siglo XX. Fue un verdadero erudito, creador de ensayos, cuentos y poemas, aunque lo más conocido de su obra son los relatos breves.

Un gran erudito escritor de gramática, historias, bestiarios, geografías, recuerdos inventados, ensayos… Todo eso forma parte de un paisaje personal que lo hace imprescindible para la literatura y para la filosofía. Aunque nunca escribió una novela y algunos le reprocharon esta carencia en su carrera; Borges respondió que sus preferencias estaban con el cuento, que “es un género esencial, y no con la novela que obliga al relleno”. En el prólogo de “Ficciones” afirmó: «es un desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en 500 páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos».

Recibió numerosos premios, pero se quedó sin el Premio Nobel, al que fue “el eterno candidato” (durante casi treinta años), debido a las polémicas que despertaron sus posturas políticas.

SOBRE EL RELATO. «LA CASA DE ASTERIÓN»

Este relato es uno de los diecisiete cuentos del “Aleph” (1949), una de las obras cumbre de Jorge Luis Borges.

El laberinto aparece como eje central en toda la obra de Borges; lo tenemos en «La biblioteca de Babel», en el relato titulado «La casa de Asterión» y en «Los dos reyes y los dos laberintos«. Pero no es una temática exclusiva de Borges; desde los comienzos de la literatura hasta nuestros días el laberinto se muestra como símbolo de confusión, de lo enigmático del destino, de prisión que priva al hombre de libertad, de soledad, de búsqueda y de maravilla (dice Borges en «Los dos reyes»). «El mito del minotauro, el laberinto y Dédalo», por ejemplo. O el cuento de Hans Christian Andersen «Hansel y Gretel», «El nombre de la rosa» de Umberto Eco y «Alicia en el país de la maravillas» de Lewis Carroll son muestras de la presencia del laberinto en la literatura.

El relato es el monólogo de Asterión, el minotauro que vive en una casa sin puertas y que tiene como única compañía a la imaginación; Asterión espera ansioso a un redentor que lo libere de su encierro. Hace clara alusión al mito clásico cretense del minotauro y el laberinto.

SOBRE EL MITO CLÁSICO. «EL LABERINTO DEL MINOTAURO»

Atenas perdió la guerra contra el rey Minos; por ello se le impuso como tributo el envío, cada nueve años, de siete doncellas y siete donceles, cuyo destino era ser devorados por el Minotauro. La tercera vez que este envío debía hacerse, el príncipe ateniense Teseo se mezcló entre los siete jóvenes para dar muerte al minotauro, acabar con este sangriento pago y liberar a los atenienses de la tiranía de Minos. Ariadna, hija de Minos, se enamoró de él y le enseñó el sencillo ardid de ir desenrollando un hilo a medida que avanzara por el laberinto para poder salir más tarde. Teseo mató al Minotauro y logró salir del laberinto siguiendo el hilo.

LA CASA DE ASTERIÓN

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida). Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

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