HIJOS Y FOTOS
Por fin ha llegado el verano. Hoy he ido a la playa. Primer día.
Biquini nuevo y un sombrerito cuco.
Optimista yo, le he dicho a mi marido:
“Hazme unas fotos, así un poco artísticas, coquetas, que quiero poner alguna en el blog; sácame guapa, anda”.
Posturita “pacá”, posturita “pallá”, escorzo, sombrerito sobre la pancha tapándome las lorzas, cierta distancia para disimular las arrugas, carita de picarona, media sonrisa picaruela, ojitos entrecerrados, mimos a la cámara…
Doce fotos. Ni más ni menos que doce fotos. Sí, una docena. Más de diez fotos.

Y ninguna me ha sacado como yo quería. Todas has sido absolutamente fieles a la realidad. Nada de imaginación y ni un pelo de fantasía (que yo hubiera agradecido). Reales.
Entonces he tenido un momento de lucidez y he comprendido por qué mucha gente pone fotos de sus hijos para identificarse en su perfil o en su contacto. Pensaba antes (con un tono bastante peyorativo): “¡De verdad, que rollo de padres!”, “Los hijos, siempre antes”, “¿Es que no tienen ninguna foto propia para poner?”.
Pues sí. Hoy he ido a la playa y me han hecho doce fotos. ¡Doce! ¡Cojones!
Y después he buscado rápidamente una foto de mi hija.