Ayer estuve un rato hablando con mi madre. Me contó su rutina veraniega que consiste básicamente en ir a la playa con unas amigas. Primero van en coche a un pueblo cercano (valientes, las abuelas), después cogen el tren y, en una horita, están el Alicante, en la playa. Directamente en la arena. Con sus palmeras donde cobijarse del sol.
-“Tengo el bolso ya preparado para mañana. Me faltan las dos botellas de agua”, me dijo.
-«¡Mamá! ¿Dos botellas de agua?”, repliqué (eran de litro y medio).
-«Sí, dos. Una me la bebo yo. La otra es para una palmera que hay allí que está casi seca. A ver si va».
«MARINA»
Seguimos la conversación y, no sé exactamente por qué, esta mañana me he levantado con esa frase en la cabeza. “Es para una palmera que hay allí que está casi seca. A ver si va”.
Le he estado dando vueltas. Y me he preguntado cuántas personas de las que conozco cargarían cada día con una botella de agua de litro y medio durante un trayecto de hora y media para echársela a una palmera que está casi seca en una playa pública “a ver si va”. Posiblemente yo no. Me ha asombrado mi madre, una vez más, y su capacidad de… no sé cómo llamarla. ¿Fe? ¿Optimismo? ¿Esperanza? ¿Fortaleza? ¿Solidaridad? ¿Amor? Quizá sea un poco de todas estas palabras tan bonitas.
Una botella de agua puede ayudar a que la palmera aguante el caluroso verano, esperando ansiosa las lluvias otoñales que la llevarán al invierno (no muy crudo a la orilla del mar) y, desde ahí, a la primavera que la hará florecer y revivir. Esa es la única idea que ha tenido mi madre. No ha pensado que la palmera ya está perdida, que no merece la pena el acarreo de agua, o que esa cantidad es insuficiente o que qué más da una palmera más o menos. Probablemente no ha pensado nada. Ha sido inconscientemente. Su carácter la ha llevado a dar una oportunidad a la palmera. Una gota de esperanza. Litro y medio de fe. Y que digan lo que quieran.
Me encantaría que esa palmera estuviera el próximo verano allí. ¡Viva! Significaría que después de un mal verano es posible que llegue una maravillosa primavera. Y que a veces, con una simple botella de agua, es suficiente.
Gracias, mamá.
Nota.
Agosto 2018. La palmera sigue viva; ha crecido y ya es posible tumbarse y cobijarse del calor estival bajo su sombra. Mi madre, Cándida Martínez, sigue con su tarea salvadora y otros la imitan.
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Que dulce y noble tu mamá !
¿Verdad que es admirable?