EL COCINERO CHICHIBIO. Boccaccio

EL COCINERO CHICHIBIO es uno de los cuentos que componen el DECAMERÓN, de Giovanni Boccaccio. Este libro es una colección de 100 cuentos de obligada lectura y uno de los más importantes de la historia de la literatura universal; sus cuentos son historias divertidas, atrevidas y con buenas dosis de ironía que nos hacen reír y disfrutar.

EL DECAMERÓN, de Giovanni Boccaccio

Durante una epidemia de peste en la Edad Media, un grupo de jóvenes (siete mujeres y tres hombres) huyen y buscan refugio en una villa en la afueras de Florencia. Estos jóvenes deciden contar cada uno un cuento cada una de las diez noches que van a pasar ahí, con el fin de entretenerse. De ahí el título de la obra «DECAMERÓN«, que en griego significa «diez días«.

Los temas son básicamente tres:

  • El amor
  • La inteligencia
  • El poder de la fortuna

Muchos tienen un agudo sentido del humor y el erotismo está presente en gran parte de ellos, ya que Eros, dios del amor, es quien gobierna el mundo. El libro fue prohibido por la Iglesia Católica.

Modelo del Renacimiento

Esta obra se convirtió en modelo para los autores renacentistas por su cuidada y elegante prosa y por el tratamiento de los temas. Boccaccio se adelanta a su tiempo y sirve de base para las ideas que formarán EL RENACIMIENTO: el humanismo, el antropocentrismo y el tópico literario que ha permanecido hasta nuestros días y que conocemos como «carpe diem«.

Comparable a este autor es don Juan Manuel, escritor español contemporáneo de Boccaccio que escribió «El Conde Lucanor«, una bella colección de cuentos siguiendo las tradiciones literarias medievales por un lado y, por otro, anteponiéndose con su estilo u originalidad a las novedades del Renacimiento.

El cocinero Chichibio

El cocinero Chichibio es una breve muestra de la gran belleza de esta obra.

«Chichibio» es un cocinero muy inteligente al que le gusta disfrutar de los placeres de la carne. Con este cocinero, Boccaccio compone un relato ágil, original y muy divertido con un final inesperado y sorprendente. Para pasar un rato disfrutando. Divertido, original, ágil, atrevido, en resumen fantástico este cuento de Boccaccio. Y todos los de este autor. A quien no lo haya leído, ¡venga!, ¿a qué esperas?

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EL COCINERO CHICHIBIO

Currado Gianfiglazzi se distinguía en nuestra ciudad como hombre eminente, liberal y espléndido, y viviendo vida hidalga, halló siempre placer en los perros y en los pájaros, por no citar aquí otras de sus empresas de mayor monta. Pues bien; habiendo un día este caballero cazado con un halcón suyo una grulla cerca de Perétola y hallando que era tierna y bien cebada, se la mandó a su vecino, excelente cocinero, llamado Chichibio, con orden de que se la asase y aderezase bien. Chichibio, que era tan atolondrado como parecía, una vez aderezada la grulla, la puso al fuego y empezó a asarla con todo esmero.  

Estaba ya casi a punto y despedía el más apetitoso olor el ave, cuando se presentó en la cocina una aldeana llamada Brunetta, de la que el marmitón estaba perdidamente enamorado; y percibiendo la intrusa el delicioso vaho y viendo la grulla, empezó a pedirle con empeño a Chichibio que le diese un muslo de ella. Chichibio le contestó canturreando:

   -No la esperéis de mí, Brunetta, no; no la esperéis de mí.

Con lo que Brunetta irritada, saltó, diciendo:

   -Pues te juro por Dios que si no me lo das, de mí no has de conseguir nunca tanto así.

Cuanto más Chichibio se esforzaba por desagraviarla, tanto más ella se encrespaba; así es que, al fin, cediendo a su deseo de apaciguarla, separó un muslo y se lo ofreció.

Luego, cuando les fue servida a Currado y a ciertos invitados, advirtió aquel la falta y extrañándose de ello hizo llamar a Chichibio y le preguntó qué había sido del muslo de la grulla. A lo que el trapacero del veneciano contestó en el acto, sin atascarse:

   -Las grullas, señor, no tienen más que una pata y un muslo.

Amoscado entonces Currado, opuso:

   -¿Cómo diablos dices que no tienen más que un muslo? ¿Crees que no he visto más grullas que ésta?

   -Y, sin embargo, señor, así es, como yo os digo; y, si no, cuando gustéis os lo  demostraré con grullas vivas -arguyó Chichibio.

Currado no quiso enconar más la polémica, por consideración a los invitados que presentes se hallaban, pero le dijo:

   -Puesto que tan seguro estás de hacérmelo ver a lo vivo -cosa que yo jamás había  reparado ni oído a nadie- mañana mismo, yo dispuesto estoy. Pero por Cristo vivo te juro que si la cosa no fuese como dices, te haré dar tal paliza que mientras vivas hayas de acordarte de mi nombre.

Terminada con esto la plática por aquel día, al amanecer de la mañana siguiente, Currado, a quien el descanso no había despejado el enfado, se levantó cejijunto, y ordenando que le aparejasen los caballos, hizo montar a Chichibio en un jamelgo y se encaminó a la orilla de una albufera, en la que solían verse siempre grullas al despuntar el día.

   -Pronto vamos a ver quién de los dos ha mentido ayer, si tú o yo -le dijo al cocinero.

Chichibio, viendo que todavía le duraba el resentimiento al caballero y que le iba mucho a él en probar que las grullas sólo tenían una pata, no sabiendo cómo salir del aprieto, cabalgaba junto a Currado más muerto que vivo, y de buena gana hubiera puesto pies en polvorosa si le hubiese sido posible; mas, como no podía, no hacía sino mirar a todos lados, y cosa que divisaba, cosa que se le antojaba una grulla en dos pies.

 Llegado que hubieron a la albufera, su ojo vigilante divisó antes que nadie una bandada de lo menos doce grullas, todas sobre un pie, como suelen estar cuando duermen. Contentísimo del hallazgo, asió la ocasión por los pelos y, dirigiéndose a Currado, le dijo:

   -Bien claro podéis ver, señor, cuán verdad era lo que ayer os dije, cuando aseguré que  las grullas no tienen más que una pata: basta que miréis aquéllas.

   -Espera que yo te haré ver que tienen dos -repuso Currado al verlas. Y, acercándoseles algo más, gritó-: ¡Jojó!

Con lo que las grullas, alarmadas, sacando el otro pie, emprendieron la fuga. Entonces Currado dijo, dirigiéndose a Chichibio:

   -¿Y qué dices ahora, tragón? ¿Tienen, o no, dos patas las grullas?

Chichibio, despavorido, no sabiendo en dónde meterse ya, contestó:

-Verdad es, señor, pero no me negaréis que a la grulla de ayer no le habéis gritado ¡Jojó!, que si lo hubierais hecho, seguramente habría sacado la pata y el muslo como éstas han hecho.

A Currado le hizo tanta gracia la respuesta que todo su resentimiento se le fue en risas y dijo:

-Tienes razón, Chichibio: eso es lo que debí haber hecho.

Y así fue como gracias a su viva y divertida respuesta, consiguió el cocinero salvarse de la tormenta y hacer las paces con su señor.

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